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ARTÍCULOS

CLUB NACIONAL DEL DOGO ESPAÑOL

EL DOGO EN LA TAUROMÁQUIA, CUESTIONES CREMATÍSTICAS


 

EL DOGO EN LA TAUROMÁQUIA, CUESTIONES CREMATÍSTICAS (por Fco. Rincón, afijo Los Tercios)

Casi toda actividad lúdica, deportiva, artística o de cualquier naturaleza, lleva aparejada, por lo general y a su vez, una actividad económica asociada, de mayor o menor cuantía. En este sentido, como no podría ser de otra forma, el uso de los perros de presa en España, en la fiesta del toro, ocasionó una singular actividad económica, que por lo general fue significativa, dentro de las partidas presupuestarias destinadas a tales eventos.

 Un análisis en profundidad del asunto que nos ocupa, requiere hacer una diferenciación, en cierto modo forzada, entre el antes del mediado del s. XVIII y el después de dicha fecha. La medianía entre ambas etapas viene marcada por la aparición en España, de las ganaderías de bravos como tales y la profesionalización de la tauromaquia en general.

Así vemos, que antes de la aparición de las mismas, gran parte de las reses aportadas para tales festejos, eran proporcionadas por los cortadores o jiferos del matadero municipal.  Se acordaba con los mismos la cuantía a pagar por res y en dicho pago quedaba incluida la captura del animal, casi siempre en terrenos comunales pantanosos o de escaso valor económico, su traslado, procesado después de la muerte y la aportación de la partida de perros necesarios para el buen desarrollo del espectáculo. Esto no quita que se adquirieran reses a particulares, pero por importes más reducidos. Es más, del estudio de numerosas actas de los cabildos de la época, se desprende que los carniceros tenían la imperiosa obligación de proporcionar el ganado requerido para el evento. Como ejemplo, el acta de la sesión del Cabildo de Utrera del 4 de septiembre del 1594 acuerda “…. Que se hiciesen unas fiestas de toros y cañas para el día de nuestra señora de Consolación, que es en este mes de septiembre, con toros que están obligados a dar los carniceros…”
Otra acta curiosa de este mismo cabildo es la correspondiente a la corrida celebrada en el Corpus del 1650, “se hicieron fiestas de toros por la celebridad del Corpus Christi, que se celebró el día de antes, 16 de dicho mes de junio, en las cuales se lidiaron y corrieron ocho toros que para dicho efecto se compraron, cuatro por cuatro cortadores, en quien se remataron cuatro tablas de la carnicería de la Villa, con obligación de dar cada uno un toro pagándoselo por lo que costase y los otro cuatro, los dos de ello de Pedro Bermejo, y el uno de D. Pedro de la Rosa y otro Juan Jiménez Berrio, los cuatro de los cortadores y los dos del dicho Pedro Bermejo  a 444 reales cada uno, y el otro de D. Pedro de la Rosa en 400 reales y el otro de Juan Jiménez Berrio en 352, que todos montan 3416 reales”.

En dicha acta podemos apreciar varias cosas. La primera es que los carniceros tenían la obligación de aportar cuatro toros, si quería tener puesto o “tablas” en el mercado municipal y que ellos percibirían la cuantía más alta por res. Entre otras importantes razones, el que se asignara el precio más alto a las reses de los carniceros obedecía a las obligaciones extras que estos adquirían con el cabildo, no limitándose a la entrega del ganado solamente. Entre esas obligaciones solía estar la aportación de los perros de presas necesarios para el evento programado.

 Según dicha acta, los carniceros tenían una mejora en el precio por res, respecto a Juan Jiménez, de 92 reales, lo que suponía por los cuatro toros un total de 368 reales.  A modo de referencia decir, que, en esa época, un trabajador cualificado, en el mejor de los casos, percibía unos 140 reales / mes de trabajo.

 Con el transcurrir del tiempo, fueron apareciendo “perreros” o “preseros” que ofrecían el servicio de sus canes, suscribiendo importantes contratos con las autoridades municipales para ello.

 En este punto hay que resaltar que, en esta primera etapa, la mayor crianza y concentración de dogos se daba en los mataderos. Son conocidos los testimonios que dan fe de la popularidad de dichos canes en tales ambientes. Para los jiferos el dogo era una herramienta más, que además reportaba, en épocas de caristia endémica, unos ingresos extras en tiempos de fiestas de toros. Buenos ejemplos que nos ayudan a contextualizar lo dicho, lo encontramos en el propio Cervantes en su “Coloquio de perros”, Alonso Morgado “Historias de Sevilla” e incluso el flamenco Hoelfnagel. Este último autor es quien mejor nos reporta un documento gráfico, sobre la labor de jiferos y dogos en los mataderos españoles y sus instalaciones, centrándose concretamente en las de la ciudad de Sevilla.

Y es que basta con ver el glosario de autores que hace mención a la participación e importancia de los dogos en la tauromaquia, para poder hacernos una aproximación del valor económico que tal actividad llevaría aparejada por pura lógica. Y es que el listado de literatos y artistas que hace mención a esta suerte, en sus referencias a la fiesta, es de proporciones abrumadoras: De Molina, Sainte Gade, Moraleda y Esteban, Cervantes, Hoefnagel, Quevedo, Lope de Vega, Yagüe de salas, Antonio Carnicero, Goya, Pérez Vilaamil, Ferrant, Snyders, Paul de Vos, Blanchard, Fernández de Moratín, Cossio, Castellano, Rodrigo Alemán… y un eterno etc.

De igual modo, ratifican lo expuesto, el riquísimo material iconográfico de nuestros monumentos, visibles en los lugares tan relevantes como la catedral de Bilbao, Burgos, Sta. Mª del Campo, Truy, Pamplona, Ciudad Rodrigo, Franqueira, Plasencia, Monasterio de Yuste, Ribadavía, Bermeo…etc.

Con el desarrollo de la fiesta y todo lo que le rodea, ganaderías, toreros, cuadrillas etc, y como no podía ser de otro modo, la aportación de los dogos pasa a manos de “especialistas” en la materia. Entramos así en esa segunda etapa que nombrábamos en un principio.

 Es ahora cuando empezamos a encontrar testimonios como los recogidos por Luís del Campo, en su publicación “Pamplona y toros s. XVIII”. Aquí recoge la información de los “Remates” de determinados eventos de la Plaza de Madrid del 1784 y 1785. Los remates eran el “ajuste” de cuentas o memorias de cuentas del evento o eventos en cuestión. Lo recopilado por Campo dice así “… el servicio de perros para las 16 fiestas de toros celebradas en Madrid, en 1784, importó 669.12 reales de vellón y en igual número de corridas del año siguiente subió a 900.32 reales de vellón”.

O lo que es lo mismo, 669.12/16 = 41.82 reales por corrida y 900.32/16 = 56.26 reales, respectivamente.  Pero parémonos un poco aquí. En el año 1784, la media del salario del sector servicios, estaba en 1709 reales/año. Dentro de este sector, los trabajadores más cualificados cobraban 3555 reales/año y los que menos, entre los no cualificados 1298 reales/año. Si contrastamos estos datos con los 669.12 reales abonados a este perrero por sus 16 corridas de Madrid, deducimos la importancia de la misma, cuantificándola de manera apropiada. Y es que hablamos que a grosso modo, esta asciende a casi un 50% del salario bruto anual de un trabajador no cualificado del sector servicios.
 En el año 1785 vemos que la balanza se inclina hacia el lado del presero y lo hace por dos razones. La primera es por la sencilla razón de que la media de los salarios del sector servicio, ese año, cae a los 1631 reales / año, oscilando los mimos entre los 3393 de los más cualificados y los 1239 reales /año de los menos cualificados. La segunda por la importante subida en su retribución por el mismo número de corridas. Es evidente que 900.32 reales supondrían una importante suma para la economía familiar de estas, por lo general, humildes personas.

A modo de simple referencia decir que otros sectores como el de la construcción, tenían en el año 1784 un salario establecido para un peón de la construcción de 701 reales/año y en el año 1785 de 669.

De la misma naturaleza y de similar interés, son los datos encontrados en los archivos de la plaza de Sevilla. Aquí podemos ver que, por ejemplo, en el año 1795 el presero Juan Rues cobra por los servicios de uno de sus perros la suma de 30 reales. Una vez más decir que, por ejemplo, en el mejor de los casos un peón en esa época cobraba unos 50 reales al mes. Otros preseros como Manuel Paredes o José Vallejo percibirían por los servicios de sus perros la suma de 200 reales.

 Volviendo nuevamente a Campo, nos dice que en los San Fermines del 1845 el pago por los presos utilizados, ascendió a 1200 reales, cuantía nuevamente significativa. Recurriendo, una vez más, a las cifras salariales a modo de referencia, decir que el salario diario por una maratoniana jornada de mínimo 12h difícilmente llegaba a los 5 ó 6 reales.

 En otras ocasiones vemos que los preseros cobraban por toros a los que se enfrentaran sus perros. Así vemos como, por ejemplo, Isidro Brugos, vecino de Chamartín firmaría en Madrid en 1814, un suculento contrato por el cual cobraría 300 reales por toro contra el que lucharan sus presas, en las fiestas de San Isidro.

 Como hemos podido comprobar, la participación de los dogos españoles en este tipo de espectáculos generaba una actividad económica nada despreciable, para por lo general, humildes criadores de nuestra raza.

 

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