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ARTÍCULOS

CLUB NACIONAL DEL DOGO ESPAÑOL

UN DOGO ESPAÑOL SE PASEA POR MADRID (PARTE 2º)


 

Al Club Nacional del Dogo Español con motivo de su I Exposición Monográfica.

Eduardo De Benito 16/01/2022

 

 El Corregidor, temiendo un motín popular de aquel Madrid levantisco e indisciplinado, optó por enviar un informe al gobernador del Consejo de Castilla, con el testimonio de los dos toreros, añadiendo su dictamen y sus recomendaciones. No hubo respuesta del gobernador del Consejo de Castilla, con el que mantenía una difícil relación política, y los perreros siguieron soltando los perros y los toreros toreando.

LA CONTRATA DE LOS PERROS

En sus investigaciones sobre las corridas taurinas Francisco López recoge varios curiosos documentos, uno de ellos sobre el arrendamiento de perros. El Ayuntamiento de Madrid, en el año 1846, aprueba los presupuestos para los festejos taurinos a celebrarse por la boda de Isabel II. Entre los acuerdos se encuentra una partida para la contrata de perros de presa para cada una de las seis corridas de toros. El documento contiene la subasta de “Veinticuatro perros de presa en los términos siguientes: Por cada uno un doblón por solo el hecho del encierro; por cada uno que salga a la lid 200 reales.; por cada uno que salga herido gravemente se ha de abonar 300 reales, haciendo gratis la primera cura. Y si muriesen algunos perros, se abonarán 400 reales por cada uno. Nosotros, los abajo firmados, Domingo Bardo y Leoncio Arroyo, por la presente nos obligamos a tener en la perrera dispuesta en la Plaza Mayor de Madrid treinta perros de presa para cada una de las seis corridas de toros que han de ejecutarse en ella por el plausible motivo del matrimonio de la Reina Ntra. Sra., por la cantidad de cuatro mil reales dichas seis corridas, siendo de cuenta del Excmo. Ayuntamiento el vestir a seis sujetos para este servicio, los cuales podrán estar entre barreras, y dar además seis entradas con destino expreso a la perrera. Para garantizar el cumplimiento del contrato damos por fiador a Nemesio Moreno, vecino. de esta Corte y con cabrería abierta en la calle de Santa Bárbara la Vieja 8. En Madrid, a 9 de octubre de 1846”

DEL USO AL ABUSO

Distintos reglamentos taurinos trataron poner coto al uso de perros. El espectáculo atrae cada vez más público y llega a temerse por la suerte del toreo, pues los empresarios para satisfacer a los espectadores ofrecen estos lances como plato central del espectáculo. En 1835 reacciona la Junta de Hospitales, encargada en Madrid de las corridas, como receptora de sus beneficios económicos, y eleva una queja al Gobierno Municipal en la que expresa: “La comisión ha meditado y visto con sentimiento que, aplicada esta condescendencia para todas las corridas, no podrá menos que producir la ruina de las funciones, pues vendrán a convertirse en una lucha continua de toros y perros, imposible de sostener por falta de éstos y porque con ella dejarían de existir en mucha parte las suertes de picar, banderillear y matar cometidas a los lidiadores”. La advertencia es recogida por el marqués de Pontejos, que el 16 de septiembre de ese año ordena que los gastos ocasionados por echar los perros al toro sean sufragados por el presidente de la corrida, que es quien toma la decisión. Aquí suele situarse el declive de la suerte de perros, aunque en realidad ésta se va produciendo con extrema lentitud, pues el gusto popular por ella aún se alarga muchas décadas. Que aquello amenazaba abuso lo constata un aficionado de enjundia, el periodista Estébanez Calderón: “Por lo mismo, la autoridad obró con oportunidad, mandando salir de nuevo a los señores perros - ¡¡que ya es lo más esencial en las corridas de hoy en día!! - y al punto sujetaron al toro"

Que la suerte de perros aguantase pese a las limitaciones legales se comprende por el espectáculo que daba y el boato al inicio de la corrida: La plaza estaba de bote en bote: las reformas establecidas en el nuevo reglamento, eran la novedad de la tarde, y a la hora anunciada ya estaba el Gobernador en el sitio de la presidencia. Dada la señal, se presentaron en la arena los espadas, los banderilleros, los picadores, los chulos, los areneros, los monos sabios, con trajes nuevos, los tiros de mulas con sus correspondientes mayorales, y veinte perros de presa, conducidos por otros tantos perreros, total setenta y cuatro racionales y treinta y tres irracionales” “El Enano”. Junio de 1852

El reglamento taurino de 1880 todavía recoge la práctica de soltar perros a los toros. La limitación del espectáculo de aperreamiento situó al perro de presa en un lugar muy secundario de la corrida, quedando su empleo limitado a sujetar a los toros mansos para ser desjarretados. El desjarretado era, sin duda, el momento más violento de la corrida y así lo vio Nicolás Fernández de Moratín en “Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España”, de 1777: “Después tocaban a desjarrete, a cuyo son los de a pie (que entonces no había toreros de oficio) sacaban las Espadas, y todos a una acometían al Toro, acompañados de perros; y unos le desjarretaban ..., y otros le remataban con Chuzos, y a pinchazos con el estoque, corriendo, y de pasada, sin esperarle, y sin habilidad, como aún hacen rústicamente los Mozos de los Lugares”. La desaparición de los perros está ligada a la eliminación de la media luna o desjarretadera. En 1853 el diario “El Enano”, el más influyente en el toreo de la época, inició una campaña contra al uso de perros y medias lunas: “Si brutal es la costumbre de los perros, la de desjarretar los toros con la media luna la excede mucho, siendo tan repugnante y bárbara, que nunca habrá seguramente quien la pueda ver con gusto. Si hay un espada tan torpe que no puede matar un toro, no ha de ser el desdichado animal en quien se castigue su torpeza; ábransele las puertas del corral y allí mátesele como se quiera, pero no se dé al público espectáculo tan horroroso”.

DOGOS DE PAPEL O LA LITERATURA POPULAR

La literatura de caña y cordel, los pliegos de ciego y otras aleluyas impresas eran la diversión de los pobres que no podían pagar una entrada a la plaza. Los versillos narrando la suerte de la corrida tienen gran aceptación entre el público, muchas veces iletrado, que hacía corro entorno al vate que los recitaba por unas monedas. El poema “Fiesta de toros en Madrid”, de Nicolás Fernández de Moratín, uno de los pocos ilustrados aficionado a la tauromaquia, lo recitaban de corrido muchos madrileños

Del “Semanario Pintoresco”, en 1842 son los siguientes ripios.

A veces demanda

la plebe locuaz

los canes rabiosos

de fuego en lugar.

Dos perros de presa

con ansia voraz

se lanzan al toro,

y en pos otro par.

La fiera hace frente,

embiste, y un can

herido en el aire

se ve voltear.

En tanto los otros

con arte sagaz

se ciñen al cuerpo,

y presa hacen ya.

Sacúdese el toro

con fuerte bramar,

y deja dos canes

rendidos atrás

y hiere al tercero,

que duro y tenaz.

asido a la oreja

no cede jamás.

El toro le huella,

le punza, le da

cien vueltas en vano,

parece inmortal.

Acuden los otros:

se aferra al ijar

el uno, cual tigre

o lobo rapaz,

y muerde, y la sangre

comienza a brotar;

y el duro colmillo

parece un puñal.

El otro a la oreja

con fiero ademan

se tira, desgarra,

se ven centellear

sus ojos, cual fuego

de ardiente volcán.

El toro rendido

no puede acornar,

y brama, y de sangre

le corre un raudal.

Entonces termina

su triste penar

la espada sangrienta,

y el hierro auxiliar,

que clava en la nuca

el diestro oficial

La editorial Rivadeneyra publica en 1846 “Funciones Reales. Completa y detallada descripción de las celebradas en esta corte con motivo del regio enlace de Su Majestad Isabel II, escrita en variedad de metros por D. Manuel Azcutia” Entre todos los romances espulgo los pocos que mencionan los perros:

Nueve toros, según consta

De apuntes y datos ciertos,

No todos con su divisa

El sábado se corrieron.

Cacho, el noveno, con tostado pelo,

Celeste y blanca cinta ostentado salió,

Más tan cobarde,

A pesar de su hermosa y buena pinta,

Que con perros murió.

Antes alarde de su gracia y soltura en el capeo

Hizo el valiente Cuchares con arte,

Halagando del público el deseo.

En otro encontramos:

Dieron las diez, y el primero

Salió con divisa blanca.

Fue negro, corniveleto,

Más cobarde que una rana

Y a perros fue sentenciado

Aun cuando tomó dos varas.

Y este otro

Retinto el primer toro y albardado

Con divisa turquí, fue condenado

A perros por cobarde,

Siendo por tres al punto sujetado.

¡He aquí, pues, el principio de la tarde!

O coplillas populares, como las publicadas por el “Boletín de Loterías y de Toros” en 1866

¡Un cuarto toro!

Voces se oían.

Voces se oyeron

Que sin deber pedían

¡Perros y perros”

Perros al toro.

Es pedirle, señores,

Peras al olmo.

La gente de acaballo

Se atropellaba

Lidiaban los toreros

Y se liaban.

¡Vaya una tropa!

¡Vaya una tarde buena”

¡Vaya una broma!

En la misma línea están los versos cómicos de Juan Bautista Arriaza (1770-1837) en su poema “La función de vacas”

En esto, con su capa colorada

Sale a la plaza un malcarado pillo;

Puesto en jarras, la vista atravesada,

Y escupiendo al través por el colmillo,

Dice con una voz agacharada:

“Echen, échenme acá el animalillo”;

Mas viene el buey; él piensa que le atrapa;

Quiere echarle la capa, pero escapa.

Hecha al fin la señal de retirada,

Que en otras partes suele ser de entierro,

Pues muere el animal de una estocada

O a las furiosas presas de algún perro.

SOBRE LA TRADUCCIÓN DE LOS TEXTOS

En castellano el término dogo es recogido por primera vez en el Diccionario de Autoridades de 1732 como: “Perro grande que sirve para guardar las casas y combatir con los toros y otras fieras. Esta es voz de la palabra inglesa “dogge”, que significa perro, y los perros dogos los traen de Inglaterra. Lat. Britannicus canis major”. Pronto la Academia establece una relación entre dogo y alano equívoca e incierta. A partir del Diccionario de la Academia de 1791 la entrada “dogo” nos dirige a la de “alano”. Encontramos “Dogo: Lo mismo que Alano o Perro de Presa, viene de la palabra inglesa dog, que significa perro” Para María Moliner el perro dogo es: “Perro de cuerpo y cuello gruesos y cortos, pecho ancho, cabeza redonda, frente cóncava, nariz chata, hocico obtuso con labios gruesos y colgantes por los lados, orejas pequeñas con la punta doblada, patas robustas y pelaje generalmente leonado, corto y fuerte; es muy fuerte y valiente” y lo distingue netamente del perro Alano, que describe como: “Perro, probablemente cruzado de dogo y lebrel, corpulento, de cabeza grande, orejas caídas, hocico romo y arremangado, cola larga y pelo corto y fino”

Los lingüistas galos establecen que el nombre “dogue” comienza a utilizarse en Francia en el último tercio del siglo XIV, durante la Guerra de los Cien Años, que enfrentó a Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453. Es empleado por primera vez en 1468, en el inventario de las cuentas de palacio del rey Luis XI de Francia (1423-1483), donde se mencionan los gastos por la compra y manutención de “grans dougues venuz d'Angleterre”. El diccionario de la Academia francesa, edición de 1690, señala que “los hermosos dogos vienen de Inglaterra” (Les beaux dogues viennent d'Angleterre), tomado del inglés “dog” (Emprunté de l’anglais dog) y lo define como “Perro guardián, con cabeza grande, hocico aplastado y mandíbulas fuertes”. En la primera edición del Diccionario Histórico de Francia, del año 1694, se le describe como “Un perro grande y valiente utilizado para luchar contra los toros y las bestias feroces. Gros dogue. dogue d’Angleterre.”

En inglés siempre encontramos el nombre “bulldog” al referirse a los perros de presa en general y por tanto también al perro de presa español. En las lenguas teutónicas los perros de presa recibieron el nombre de “beisser” (Beißer), que significa “mordedor”; equivalente al inglés “baiter” (derivado del verbo “to bat”, acosar, atormentar) Por la estructura propia de estos idiomas el vocablo se anteponía al nombre del animal contra el que estaban destinados a luchar, así los “barenbeisser”, mordedores de osos son en inglés los “bear-baiter” y “bullenbeisser”, mordedor de toros, los “bull-baiter”

Lo anterior nos pone de manifiesto que la relación entre castas caninas y la lingüística no siempre es acertada. Desde antiguo han existido en España dos castas de perros de agarre o presa, uno el alano, apto para la carrera y empleado en montería y otro más pesado, seleccionado para la lucha contra los toros en palenques y mataderos. Este último es el que la Real Sociedad Central de Fomento de las razas caninas en España recogió como raza nacional, denominándola “Perro de Presa Español” en la relación que envía a la FCI en el momento de incorporarse a esta federación canina y también, años más tarde, al Ministerio de Guerra cuando éste le pide una relación de razas caninas aptas para la protección de garitas y puestos de centinela.